Vanuatu, en los confines de la Tierra

Tanna

Desde su aldea natal Meltungon, con Dalesa he recorrido durante diez horas una ruta imprevisible hasta llegar al Benbow. En los primeros kilómetros la naturaleza se muestra generosa, la selva se despliega en todo su esplendor. Verde sobre verde intenso y húmedo, silenciosa y envuelta  en un halo de misterio en esta tierra de ceremonias ancestrales y extrañas danzas rituales, hasta que en el camino aparecen las primeras cenizas que a medida que avancemos irán espolvoreando el paisaje hasta cubrirlo por completo y convertir la ruta en un sendero casi imperceptible que se transformara en un abrupto paisaje lunar.

En equilibrio recorremos kilómetros y kilómetros sobre crestas erosionadas y mantenemos con sumo cuidado nuestro paso a lo largo de cañones de resbaladizos y estrechísimos pasadizos con caídas vertiginosas a ambos lados. Las paradas son frecuentes, no por exigencias del ejercicio físico, sino para admirar y digerir pausadamente el inigualable escenario natural que a cada minuto y en cada rincón se abre ante la mirada. Me sorprende la única vida que descubro, finas y verdes hierbas que brotan entre los hilillos de cristalinas aguas que se desprenden de los acantilados de basalto y pequeñas orquídeas violetas obstinadas en mostrar en este vacío su belleza perfecta y delicada, un milagro sobrecogedor. El resto es escoria y polvo volcánico. Sobre toneladas de cenizas plantaremos nuestras tiendas para pasar los próximos días con la intención de ascender a los volcanes Benbow y Marum; alejados de todo, prácticamente aislados en el interior de una de las islas más fascinantes del Pacifico Sur, Ambrym.

El miedo es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento provocado por la percepción de un peligro; la fascinación, una atracción irresistible que se siente hacia algo. Y es así como fascinación y miedo me envuelven y estrangulan mi mente y mi cuerpo, a tres mil metros de altitud caminando por el borde de la caldera del Benbow. Como un equilibrista sobre la cuerda floja, un paso tras otro, lento, temeroso, sorprendido por mi propia audacia o inconsciencia, recorriendo la estrechísima senda que conforman los doce kilómetros de diámetro de esta impresionante fosa volcánica. A mi derecha un paisaje impresionante; hasta hoy jamás había visto nada igual. Una inmensa llanura de cenizas que parece no tener fin, un espacio de gris sobre gris, metálico; desolado, sin vida, barrido por el viento y la lluvia y abrasado por el sol en los días de calor. Y a pesar de todo uno de los lugares más hermosos y fascinantes sobre la faz de la tierra. Un delirio natural que suscita la admiración continúa y que apenas si deja tiempo a la distracción.

Ciertamente, el primer encuentro desde las alturas deja sin aliento. A mi izquierda, hiela la sangre, el abismo y en las mismas entrañas de la tierra lagos de lava liquida en ebullición que en constantes remolinos explota con violencia provocando pequeñas sacudidas que me provocan terror. Tengo la impresión de que con alguno de estos temblores se vendrá abajo, y yo con él, este acantilado de cenizas, ya demasiado frágil por las filtraciones de agua provocadas por las últimas lluvias. Quizás haya sido una temeridad el subir hasta aquí, con estas severas condiciones climáticas. La lluvia no es una buena aliada en estos parajes, transitar por estas pendientes es como hacerlo en un castillo de arena.

Aquí arriba el aire es denso, muy denso debido a la constante caída de cenizas. Tengo frio, el viento es muy fuerte, ascendiendo desde el mar a las alturas sin encontrar obstáculos sopla con mucha fuerza, haciendo temblar mi cuerpo ya de por si atrapado por el miedo y empapado de sudor por el esfuerzo provocado en la ascensión. Las nubes están muy bajas, reteniendo las cenizas; las explosiones en el interior son continuas; la lava liquida contiene agua salada y metales y minerales que al mezclarse son expulsados a la atmosfera en forma de gases de cloro y azufre haciendo con todo ello, que la visibilidad sea en muchas ocasiones nula y el ambiente irrespirable.

Una naturaleza salvaje y primitiva, cabalga desbocada ante mis ojos; desproporcionada, indomable que reta  agresiva a mi fragilidad humana. Pienso que nada puede hacer el hombre ante ella y es así que  la vida se ve desde otra dimensión. Quizás con más humildad, aceptando la nimiedad de mi existencia. En estos momentos, nada tiene importancia, tan solo el hecho de estar donde estoy. Siento, que a  pesar del riesgo al que me expongo,  el hecho de estar  en este lugar  es algo  hermoso, muy hermoso. No me importa que la tierra me atormente, su belleza es ahora arrebatadora y me dejo seducir por ella,  aunque el juego  sea peligroso.

Hay  momentos en que me abstraigo y me olvido de donde estoy,  hipnotizado por el bellísimo e intenso líquido  naranja que fluye desde el alma del planeta, entro en una especie de éxtasis o al menos así me lo parece.  Luego, de regreso al campo base, cuando va llegando  la noche, en soledad contemplo esta mole inmensa que se levanta ante mí y desde cuyo interior no dejan de fluir gases que ahora mismo cubren prácticamente todo el cielo. Majestuosa, imponente, casi irreal… la quietud; el silencio absoluto que aquí se respira, tan solo es resquebrajado intermitentemente  por el atronador rugir del volcán;  y es entonces cuando me  estremezco y encuentro sentimientos de incredulidad, de temor  aunque un placentero sentimiento alienta mi estado de ánimo por el hecho de haber estado allí arriba.  Contemplo como fragmentos de lava son lanzados a alturas considerables como si de  misiles se trataran, desde la distancia se insinúan de  proporciones reducidas, sin embargo este magma líquido  disparado al cielo a velocidades de vértigo, alcanza proporciones gigantescas que se desploman en el suelo como autenticas bombas… A pesar de todo,  mañana regresaremos para asomarnos a la caldera de Marum a un kilómetro de distancia del Benbow, un horizonte irrenunciable…

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