Rumbo a los Mares del Sur …


Quisiera enviar estas palabras escritas en un papel y confinadas en una botella. Me gustaría que este mensaje os llegara flotando, empujado por las mareas. Que quitarais el tapón y leyerais. Leyerais un saludo, un esperar que estéis bien al recibo de este, un cómo va la vida, un por aquí todo bien, mejor que nunca, gracias.

Los Mares del Sur son el baúl en el que me convertiré en recuerdo, son la imagen captada por mi cámara sin el choque ético provocado por el maldito ser inhumano. Es donde iría en un supuesto sálvese quien pueda, en un abandonen el barco. Allí sería el oso en su letargo. Respiraría aire y exhalaría salitre. Así, sin más.

De poder escoger, quisiera haber sido un Stevenson con su isla y poder morir en Samoa, en Vaea. Sería estupendo escribir sobre el Pacífico Sur hasta agotar la tinta de mi cerebro, la sangre de mis venas. Si allí vuelvo para siempre, pintaré como Gauguin: sus cocoteros, su viento, su arena y sus olas, su espíritu. Navegaría en mares de papel, en mares de aguas cálidas hasta la saciedad y como dijo John Locke en su ensayo sobre el entendimiento humano, el fundamento de mi libertad sería la propia búsqueda de la felicidad.

Forastero en su ínsula efímera pero invitado de honor en mi interior. Incluso suelo soñar con lo que dijo un día Konstantinos Kavafis: pienso en que mi llegada allende es mi destino, viajar sin prisas. Y al llegar, ya viejo, ser enormemente rico pero sin dinero, de todo lo que gané en el camino.

Por aquellas tierras y aguas he probado el sabor de la muerte en forma de tormenta y mar, he bailado con el amor, me he perdido de verdad en un mundo en el que ya nadie se pierde. He sentido la Tierra crujir bajo mis pies y explotar escupiendo fuego, he peleado con Dios todopoderoso reencarnado en un isleño alucinado y he vivido con personas que no sabían lo que era un cepillo de dientes ni un teléfono móvil. Me han invadido las pulgas hasta la desesperación, he mirado de frente a un guerrero olvidado, sobre mi han saltado cetáceos gigantescos que me parecían bebés juguetones. Me he bañado desnudo en un mar infinito y he acariciado arenas negras junto a mi eterna compañera de vida.

He tocado a los pétreos moais a la vez que mi hijo y nos ha empujado el mismo viento. He sostenido armas perdidas de la Segunda Guerra Mundial y he explorado túneles con barcos de guerra enteros en su interior, como gigantes dormidos, titanes fósiles. He pilotado aviones ya estrellados, abatidos y he jugado al baloncesto con hombres que son mujeres. He reído, he llorado, he vivido muy intensamente en los Mares del Sur. He brindado con kava, la oscura bebida tradicional y he sido amigo de mis amigos. Allí conocí al siempre lejano Javier Miró ese mallorquín que amplió su isla con muchas más, miles, y pasó del recatado Mediterráneo al arrogante Pacífico. Él lo debe saber casi todo de lo que para muchos es sólo un sueño.

Sé que aquellos pedazos de tierra, robados por el Océano a los continentes, no son el paraíso. Pero es que el paraíso no existe como lugar, es sólo un estado de nuestro espíritu. Las remotas islas del Pacífico Sur son el destino final de mi viaje global. Mejor cuanto más aisladas, más pequeñas y más desiertas. Estaré loco para muchos y cuerdo para unos pocos.

Texto & Fotos: © Copyright Alfons Rodríguez

Alfons Rodríguez es  fotoperiodista. Trabaja como freelance para medios españoles e internacionales. Realizando  reportajes de denuncia social y de viajes, es autor de varios libros y co-fundador de GEA PHOTOWORDS y co-propulsor del debate sobre fotografía Caja Azul.  Podéis visitar su blog  en Walk On Earth

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