Muchos llegan a Fiji y se sorprenden al encontrarse con una población de origen indio que en algunas poblaciones como Ba en Viti Levu o Labasa en Vanua Levu superan en numero a los melanesios fijianos. Los templos y mezquitas forman parte del paisaje urbano y rural donde los hindúes y musulmanes se entregan a sus oraciones, ceremonias y rituales.
Los fijianos son los que representan la imagen turística que Fiji vende al resto del mundo, nativos sonrientes adornados con flores, rasgando guitarras y ukeleles, anudado un sulu a su cintura sirviendo cocktails exóticos a los extranjeros a pie de playa y bajo el sol del Pacifico Sur, – difícil resulta desprenderse del Sueño de los Mares del Sur impuesto por los occidentales a pesar de que las islas fijianas jamás formaron parte del mito polinesio nacido en los paisajes tahitianos como consecuencia del canibalismo, la tosquedad de sus mujeres, y la insalubridad de su clima – siendo tarea difícil encontrar el rostro de un indio en cualquiera que sea de los folletos turísticos que llegan a las manos de los turistas ávidos de exotismo y esbeltas palmeras cocoteras que ribetean playas inmaculadas de arenas blancas y lagunas de aguas cristalinas y luminosas.
Los indios no forma parte del sueño tropical de las islas y si la experiencia del visitante con la población nativa fijiana es ya de por si limitada, enclaustrados en hoteles y resorts, el contacto con los habitantes indios casi del todo inexistente. Por mucho que a algunos les cueste aceptarlo, no se puede comprender Fiji sin la presencia de los indios. Los fijianos melanesios tienen mucho que agradecerles, a pesar de que las política nacionalistas de décadas pasadas, y a un las de hoy día, los ningunea procurando alejarlos de la esfera del poder y manteniéndoles como ciudadanos de segunda clase.
Como en Mauricio, en el Océano Indico; Trinidad, en las Antillas o las Guyanas, en América del Sur, los indios fueron traídos a Fiji como braceros de la caña de azúcar. Los primeros hindúes llegaron de Calcuta abordo del Leonidas el 14 de mayo de 1879, fue en Levuka antigua capital del archipiélago, enclavada en la isla de Ovalau. Con su presencia, la naturaleza social de las islas cambiaría para siempre. Inicialmente los “coolies” recién llegados eran originarios de Bengala, Bihar y Uttar Pradesh. Una segunda partida de obreros traería gentes procedentes del sur del subcontinente y así, hasta alcanzar un promedio de 2000 inmigrantes por año hasta la abolición del sistema en 1916.
Los contratos laborales o girmit se firmaban por cinco o diez años, al término de los cuales se ofrecía la opción de permanecer en las islas o ser repatriados. Muchos eligieron quedarse, a pesar de las difíciles condiciones de vida a la que estaban sometidos. Si decidían emprender regreso a la India, con toda probabilidad, se convertirían automáticamente en intocables por haber convivido con individuos de castas diferentes a la propia.
La vida en las plantaciones de caña de azúcar fue extremadamente dura. Las islas a los que algunos habían llegado engañados y en las cuales se habían encontrado como obreros maltratados, en vez de la promesa de continuar con sus profesiones y con ello una nueva vida lejos del rígido sistema de castas de su país, se encontraron en la más terrible de las confusiones y rodeados de un entorno completamente extraño y habitado por de gentes hostiles de prácticas bárbaras.
Se establecieron como colonos libres alrededor de 40.000 personas. Gujeratis del norte de Mumbai y punjabis, la gran mayoría de ellos sikhs, llegaron a Fiji por decisión propia, estableciéndose como comerciantes. Con el transcurrir del tiempo y la escasa predisposición de los fijianos al trabajo o la incompatibilidad de sus tradiciones con las recién instauradas practicas económicas, dominaron los círculos del comercio y los negocios, junto a algunos de aquellos descendientes de los girmityas.
Rahul’s Road: Memories of a Fiji Indian Childhood libro escrito por el Dr. Kamlesh Sharma y publicado por la editorial australiana KPS Publications, nos descubre el transcurrir de los días en una comunidad india dedicada al trabajo en las plantaciones de cañaen la década de los años sesenta y setenta y el la aldea de Korovuto en las cercanías de Nadi. Narra la vida del pequeño Rahul contrario a los deseos de su padre, de abandonar los estudios para trabajar en las plantaciones y así contribuir a la precaria economía familiar para mantener a sus padres y seis hermanos. Trabajando de sol a sol recolectando la caña, es para el padre de Rahul el medio mas adecuado para salir de la pobreza o al menos disponer al final de cada jornada de un planto de jungli murghi en la mesa. A un así cuando mas se opone el cabeza de familia en disuadir y poner todo tipo de impedimentos a su hijo, el pequeño de la familia mas se empeña en seguir estudiando.
Es a través de la lectura de este hermoso y sencillo libro que descubrimos la historia de la comunidad india, con sus alegrías, penas y esperanzas; prejuicios raciales y el clasismo entre la población urbana hindú y aquella rural, aunque entre lineas percibiendo el placer de vivir que tanto solo la infancia puede otorgar a pesar de las tremendas dificultades que la vida presenta. En este caso, Rahul nos abre las puertas a una realidad escondida donde las relaciones personales indo fijianas traspasan las imposiciones políticas o donde todavía es posible disfrutar de las bondades de la amistad, la hospitalidad, la ayuda mutua y, porque no de los extraordinarios paisajes que brinda la naturaleza insular. Es este pues, un libro que recomendamos para conocer, aunque sea un poquito mas de la realidad de la comunidad indo fijiana de esta fascinante nación de islas que es Fiji.
Otro libro interesante del mismo autor es Rahil’s Challenges donde se describe la herencia dejada por el colonialismo británico y los posteriores abusos de poder de la clase gobernante melanesia a través de las experiencias de un adolescente indo fijiano enfrentado a los obstáculos impuestos por la sociedad fijiana. Página tras página, a pesar de las bondades no exentas de los usos y costumbres insulares tanto nativos como hindúes, constatamos que aspectos culturales, tradicionales, familiares y de orgullo étnico, pocas veces abren espacio al verdadero sentido del amor.