Taveuni es la tercera isla más grande de Fiji, aunque no tiene más de 40 km de extremo a extremo. Se le llama “The Garden Island”, la isla jardín, por la exuberancia de su vegetación, la fertilidad de su tierra, y yo añadiría que por la sensación de estar en un rinconcito del Edén. Si viajas hasta allí en avión desde Nadi, en Viti Levu, lo haces en un pequeño Twin Otter, de unas 15 plazas. El viaje por si mismo ya merece la pena: sobrevuelas la bahía de Nadi, las montañas de Sabeto , las llanuras de Lautoka tapizadas de cultivos de caña de azúcar, Navala y otras aldeas de las tierras altas de Viti Levu, Ba, Navua, Raki Raki, Nananu-i-Ra y la costa sur de Vanua Levu con sus interminables arrecifes.
Una pequeña caseta de madera que hace las veces de terminal en Matei, el minúsculo aeropuerto de Taveuni, te anticipa lo que te vas a encontrar en el resto de la isla. Nos alojamos en el norte, en Bibi’s Hideaway, donde Paulina y toda su gran familia hicieron que nos sintiéramos como en casa, compartiendo con ellos gran parte de las noches, bebiendo kava, contando mil historias, tocando guitarras y cantando. Allí pudimos comenzar a comprobar los devastadores efectos del paso del huracán Tomas el pasado mes de marzo, palmeras y otros árboles derribados, cultivos arrasados y un largo etcétera. En ningún momento oímos a ningún lugareño lamentarse de su mala fortuna y su único afán era conseguir que poco a poco todo volviera a parecerse a lo que fue hace solo unos meses.
Solo hay una carretera que discurre paralela a la costa y de la cual sólo está asfaltado un tramo de unos 25 km. Los primeros días nos movimos por el oeste de la isla, la parte más poblada, donde se concentra la mínima actividad comercial, con un par de embarcaderos y un puñado de tiendas varias aquí y allá. Un pequeño mojón señala el punto por el cual pasa el meridiano 180º y por lo tanto donde oficialmente comienza el nuevo día. Por ello muy cerca de allí un pequeño colmado se jacta con un elocuente letrero de ser la tienda que primero abre en todo el mundo.
Los vetustos autobuses tienen horarios erráticos y no debes sorprenderte si tomas uno para ir hacia el norte y te encuentras viajando repentinamente al sur sin previo aviso. Como la carretera se termina más adelante siempre acaba volviendo y al final llegas a tu destino. Te tranquiliza ver que nadie se inmuta por ello. En Taveuni la palabra “prisa” no figura en ningún diccionario.
El estrecho de Somosomo separa Taveuni de Vanua Levu, la segunda isla más grande de Fiji, y allí se encuentra el arrecife Arco Iris (Rainbow Reef) que se ha convertido en una especie de lugar de peregrinación para muchos buceadores que acuden desde todas las partes del mundo y que constituye el grueso del escaso turismo que visita la isla. Gracias a que nuestros pequeños Mara y Yago hicieron enseguida muy buenas migas con Paulina, nuestra anfitriona, nos pudimos permitir realiza unas cuantas inmersiones guiados por el legendario Tyrone Valentin, con más de 15.000 inmersiones en su haber. Un día una manada de unos 30 delfines saltaba a un costado de nuestra lancha, y nos explicó que se debía a que el tiempo iba a cambiar y buscaban refugio en el estrecho. Comenzó entonces a desvelarnos los indicios que le ayudaban a decidir el mejor lugar para sumergirse ese día y a interpretar las condiciones que nos íbamos a encontrar, tratando de sortear las fuertes y frecuentes corrientes. Tyrone sigue amando su trabajo, y tuvimos mucha suerte al poder bucear con él. La abundancia de corales blandos rojos, púrpuras, amarillos, verdes, etc, las grandes formaciones de corales duros y los extravagantes diseños y colores de los peces hacía que pareciera que estabas en un mundo irreal bajo los efectos de algún potente alucinógeno.
Pero Taveuni nos deparaba muchas más gratas sorpresas. Dedicamos algunos días a explorar el este de la isla. Desde el extremo norte hacia el este, la carretera se convierte en un camino que en algunos tramos no es apto más que para 4×4 y que finaliza en Lavena, la última aldea. A partir de ese punto no hay carreteras, pueblos ni cultivos. Simplemente el denso bosque lluvioso salpicado de cascadas y una costa accidentada y difícilmente accesible incluso por mar.
En esta zona de Taveuni las aldeas se han agrupado comunalmente para crear y gestionar con orgullo el Bouma National Heritage Park, renunciando a que se instalen allí hoteles o resorts y apostando por un proyecto sostenible que repercuta directamente en los habitantes. Ellos hacen de guías, atienden el único albergue y acondicionan y facilitan los accesos, bien por senderos o mediante canoas y botes. A nosotros nos acompañó Sam, que mientras nos enseñaba los recónditos lugares que habían sido el escenario de los juegos de su niñez, recordaba con nostalgia cómo conoció a Milla Jovovich durante el rodaje de “Regreso al lago azul”, rodada íntegramente allí.
Uno de los atractivos del Parque son las tres cascadas de Tavoro y sus magníficas piscinas naturales en las que el baño es obligado, con caídas de agua de más de 30 metros enmarcadas por helechos gigantes, frondosas lianas y una tupida y sobrecogedora selva que surge vigorosamente desde el fértil suelo buscando la luz.
Otro día recorrimos la ruta costera de Lavena(Lavena Coastal Track), que se realiza una parte siguiendo un sendero junto a la costa y otra remontando en bote un río. Hasta una de las cascadas solo se puede acceder nadando por un estrecho desfiladero, pudiendo luego trepar para dejarte caer por las resbaladizas rocas y volar hasta la gran poza que te espera debajo. En otra cascada, Mara, con sus 4 añitos, me acompañó nadando desde el bote hasta las rocas tras la cortina de agua, de donde surgía un manantial de aguas termales que nos caía por la espalda y que contrastaba con las finas y frescas gotas pulverizadas de la cascada que nos mojaba por delante. Se estaba tan bien allí que me costó convencerla para regresar al bote.
Para llegar hasta Lavena tomamos el único autobús regular, que desde Matei puede tardar más de hora y media debido al mal estado del camino. Para regresar pensamos utilizarlo también, pero debido a una graciosa confusión lo perdimos, quedándonos tirados sin posibilidad de volver. Los aldeanos por supuesto nos dijeron “Sega na lega!!”, o lo que es lo mismo, –no os preocupéis-, porque tal vez podría pasar algún coche que nos llevara, y en caso contrario no nos faltaría un bure (vivienda tradicional) donde alguna familia nos acogería y nos alimentaría. Esperamos al lado del camino por si acaso, sabiendo que las posibilidades de que alguien pasara a esas horas eran remotas, charlando y masticando pedazos de caña de azúcar que los niños nos ofrecían, y en definitiva, disfrutando del “Fiji Time”. Y como siempre suele ocurrir por aquí, la suerte que por un momento parece que te ha vuelto la espalda te sonríe abiertamente: tras un recodo del camino apareció una ambulancia (un viejo Toyota 4×4 donado por Australia) con un equipo médico que regresaba de realizar su visita semanal a la zona. Nuestros compañeros de tertulia les pararon, les explicaron nuestra situación e inmediatamente accedieron a llevarnos.
Pero lo gracioso era que delante ya iban tres personas, el conductor, un joven médico y un ayudante y detrás, sin ningún asiento, iban tres enfermeras (una de ellas que ocupaba como otras tres más), una camilla, un autoclave, una báscula y un sinfín de cajas y cachivaches que hacían imposible que ni siquiera el pequeño Yago pudiera entrar. Traté de disculparles haciéndoles ver que era una misión imposible, pero no me hicieron el menor caso, y entre risas salieron, recolocaron un poco la mercancía y allí nos metieron a todos. La situación era divertida y surrealista, unos encima de otros, con el conductor que parecía Carlos Sainz en sus mejores tiempos, volando en cada bache y apretujándonos en cada derrape. Nos contamos nuestra vida, nos explicaron cómo realizaban su meritorio trabajo y finalmente nos dejaron en la puerta de nuestro alojamiento, con el cuerpo molido pero infinitamente agradecidos.
El resto de los días disfrutamos de las lindas y coquetas playas de los alrededores de Matei, con sus grandiosos árboles y palmeras que se inclinan hacia el mar como queriendo fundirse con el arrecife, antes de iniciar el regreso a casa, al caótico pero encantador Nadi, a nuestra playa de Wailoaloa, que cada día nos sigue regalando unos mágicos atardeceres. Taveuni nos ha mostrado una cara de Fiji que desconocíamos y que ha resultado fundamental a la hora de comenzar a descifrar el complejo mosaico que supone este país con sus más de 300 islas y múltiples realidades.
Texto: Pedro Montero. Fotos: Pedro Montero & Tangata O Te Moana Nui
© Copyrigth by Tangata Pasifika 2010. Todos los Derechos Reservados
Articulo de interés: Samoa: simple y preciosa