Bobby Holcomb nació en 1947 en O’ahu (Hawai’i) de padre mestizo afroamericano y nativo americano originario de Georgia y de madre de descendencia hawaiiana y portuguesa. Tras viajar por América, Europa y Asía llego a Tahiti en 1979 con tan sólo un ukulele como equipaje. Después de una breve estancia en la isla , viajo a Huahine haciendo de la aldea de Maeva su hogar. Ya no volvería a dejar tierras polinesias. Murió de cáncer el 15 de febrero de 1991, a los 44 años, tras media vida dedicada a defender y ensalzar la cultura ma’ohi.
Su forma de ser y su fácil adaptación a la cultura insular pronto le convirtieron en toda una celebridad en esta hermosa y tranquila isla del archipiélago de Sotavento. Al contrario que en su Hawai’i natal, en Huahine se encontró con un pueblo que mayoritariamente todavía mantenía viva su cultura y entre ellos recuperó su identidad polinesia. Siempre sonriente, dulce, generoso, de trato amable y con un gran sentido de la amistad y hospitalidad paseaba de aquí allá, adoptando atuendo del polinesio del medio rural, con un colorido pareu anudado a la cintura, un bolso trenzado en pandano bajo el brazo y un sobrero de cocotero adornado de flores perfumadas. La filosofía rasta jamaicana no inspiró sus ensortijados cabellos rubios y largos, sus dreadlocks llegaron a formar parte de su personal apariencia, tras el encuentro espiritual con los hombres santos de la India.
La vida de Bobby fue una auténtica historia de amor por un pueblo y una cultura, aprendió el reo ma’ohi o lengua tahitiana y empezó a cantar; a través de su música proclamó un mensaje de regreso a los orígenes que inspiró y despertó el orgullo de identidad ma’ohi entre la juventud. Animo a los jóvenes a tatuarse, recuperando este arte ancestral y a respetar la naturaleza que en sus años de residencia en el país sufría el golpe de pruebas nucleares llevadas a cabo por Francia.
Su casa siempre permaneció abierta a todos y junto a Dorothée Levy, tahitiana americana y guardiana de su espíritu y herencia cultural, inició en la década de los setenta una campaña para la conservación de los numerosos marae o antiguos templos abiertos al viento que salpican la geografía insular de Huahine, especialmente en Maeva, y que la convierten en uno de los centros arqueológicos mas importantes de Polinesia. Muchas veces al atardecer o a la salida del sol ungía las piedras de los marae con aceite de monoï y depositaba flores en sus altares como ofrenda, ceremonia que hoy lleva a cabo Dorothée. La mayoría de las canciones que grabó Holcomb fueron registradas en cassette y nunca firmo contrato alguno con discográficas. Su herencia musical en forma de CD es posible encontrarla en internet a través de dos únicos discos publicados en este formato. Orio, fue una de sus canciones más populares. Bobby no sólo fue un cantante más, popular y querido, fusionando melodías tahitianas con el reggae, es ya una leyenda y ha pasado a formar parte de la música contemporánea polinesia. Fue al mismo tiempo un apasionado de la danza tradicional tahitiana y un artista sensible, exquisito y detallista que a través de sus obras, muy buscadas hoy por los coleccionistas de arte, reflejo el fascinante universo ma’ohi a través de su historias, mitos y leyendas.